La Muñequita de Cristal


Érase una vez una habitación cerrada a la que nadie debería pasar. 

Érase una vez una cosa que no era princesa sino muñeca de cristal. 

Érase una vez una flor casi marchita regada con las lágrimas de aquella.

Érase una vez una brisa maldita que la zarandea.


Érase una vez un escalón tan podrido 

que el pisarlo daña un poquito al hijo perdido. 

Érase una vez una muñeca de cristal 

que miraba por la rendija sin querer bajar. 

Érase una vez una mano mala que señala y martiriza, 

que maltrata y esclaviza la mente del mañana. 

Érase una vez aquello que no hubo de nacer.


Érase una vez un temblor dentro, 

un llanto preso y un calor frío que desgarra el intelecto. 

Érase una vez una cuerda bien atada,

 de subida o de bajada,

 a la gloria en un inexistente pedestal. 

Érase una vez unas manos nerviosas, 

una arcada sabrosa y un miedo en reposo.



Érase una vez un martillo y un cincel, 

para plasmar cada estrella que el cerebro cree en él. 

Érase una vez un premio que no llega, 

una brisa traicionera de un “muy bien” escondido entre miserias.


Érase una vez una muñeca de cristal que miraba por la ventana sin cesar, 

esperando poder gritar. 

Érase una vez un golpe en los ojos que la llena de despojos 

buscando el llanto aquel. 

Érase una vez una mente soñadora, 

que tras más de cien horas, 

con reposo lo creó a él.


Érase una vez un amargo chillido 

que entra sin permiso para hacer perder el equilibrio que habíamos creado, 

tan bonito él. 

Érase una vez un corazón deshecho, 

que esté roto en pedazos es un hecho, 

y que nadie se fija en él. 

Érase una vez un cristal en bruto 

que llora un difunto que no existe en el indicativo presente.



Érase una vez unos ojos color sangre, 

una sonrisa picante y una pistola azabache. 

Érase una vez unas garras doradas

 que se clavan en la hondonada de aquel desierto que ideé. 

Érase una vez un sol arremolinado, 

unas nubes de estropajo 

y una muñeca perdida en él.


Érase una vez un animal sin piel que, 

despreciado por el hombre, 

comenzó a quemar su edén. 

Érase una vez un animal con su casa 

que traía la fragancia de una fresca brisa al atardecer. 

Érase una vez un té en una taza 

que con su calor el alma abraza 

y la pena no deja ver.



Érase una vez que la muñeca, perdida en sueños, 

saltó de su frío encierro 

y en ella se encerró fiel. 

Érase una vez que el primer paso le asustaba, 

que las alas del dorado amenazan 

y hay mucho que temer. 

Érase una vez que abrió las puertas de tu jaula, 

que te puso nombre y raza 

y te observó escondida crecer.


Érase una vez que, entre humos y lamentos, 

tú, maldita flor de color cielo, 

encontraste aquél edén. 

Érase una vez que miraste cada día de reojo, 

por si ella en un antojo se dejara ver. 

Érase una vez que sentiste una pena que no era tuya, 

que viste noches cálidas y oscuras 

y guiones que no deberías de ver.


Érase una vez que los Universos se corrompieron, 

que los Fluidos Creadores se esparcieron creando un gran caos alrededor. 

Érase una vez que vinieron en su ayuda 

para poner a su mal cura con unos malos puntos de sutura. 

Érase una vez un Parpadeo viejo 

que trajo a un joven viajero que aceptó su decisión.




Érase una vez la muñeca fuera del edén, 

la muñeca con miedo otra vez, 

Muñeca de Cristal per se.


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